El amor entre una mortal y una deidad pudo consumarse a través de los árboles y sus profundas raíces; la tierra absorbió con sabiduría la mística entrega, colmada de espiritualidad y corazón. Cuando la muerte llegó, esta esencia quedó intacta para que desde sus entrañas surgiera el maguey; fuerte y azul, como el amor y el cielo. Hoy bebemos el espíritu de la abundancia y somos uno con la tierra, como aquella comunión que dio origen a nuestra más profunda raíz.